Con este asunto de la pandemia y mientras somos testigos actualmente del mediocre y triste debate y elecciones presidenciales de Estados Unidos 2020, signadas por el temor al futuro económico, nos ha hecho ver cómo están cambiando rápidamente las relaciones laborales y profesionales.

Mientras casi todos los sectores económicos han sido sacudidos, somos testigos de cómo los sectores relacionados con el trabajo remoto, comercio electrónico y delivery ha tenido un repunte gigantesco.

Tal estado de cosas nos ha llevado a considerar nuestra propia preparación para encarar los cambios que ya se están dando. ¿Realmente los sistemas educativos preparan al individuo para generar los medios económicos para alcanzar su plena realización?

 

El mito del empresario inherentemente malvado

 

El problema tradicional con muchas universidades públicas en Latinoamérica es su visión de izquierda, en la que se da una dicoto mía de “clases”. Una lucha entre el “empresario” y “el resto de nosotros”: estudiantes, trabajadores, gente del campo…

En esta visión en blanco y negro, el empresario es visto como “malo” y el resto de la población, el trabajador asalariado es “bueno”.

Eso conduce a un rechazo más o menos inconsciente a la generación de riqueza por parte de una empresa o emprendimiento, por considerarse que si genera dinero es porque lo está sacando de alguna otra parte: de los bolsillos de “nosotros”.

Creemos que esa visión errónea nace de la idea que nos han inculcado desde la infancia: se presupone que la riqueza es finita, limitada.

En el mundo de hoy vemos que la riqueza no es finita. Hay más millonarios que antes y las fortunas son también más grandes.

Por otra parte, un hombre de negocios o banquero corrupto y malvado no lo es por ser empresario, sino por su propia naturaleza personal.

 

Por eso, no nos enseñan a ser empresarios

Una de las cosas de las cuales nos consideramos apóstoles es la de que la generación un modo de vida capitalizando nuestras pasiones es posible. Y no sólo posible, sino más fácil que nunca con el acceso sin precedentes que tenemos a la información.

Y creemos que esas habilidades pueden ser aprendidas por cualquiera.

Aunque pueden ser aprendidos de modo autodidacta, lo ideal sería que tales conocimientos fueran impartidos formalmente por los sistemas educativos.

Pero en las universidades, según nuestra experiencia, ni en Venezuela, ni en España ni en Canadá te enseñan a generar riqueza a través de una empresa personal, ni siquiera en los cursos y carreras de economía, administración, contaduría y relacionadas.

Más bien, te enseñan a ser empleado, a trabajar en empresas de otro, en la cual puedes aspirar a ocupar cargos de mayor responsabilidad (o sea, que le genere más riqueza al dueño) y, en contrapartida, a recibir un mayor salario, que nunca se corresponde con el valor de tu trabajo o tu contribución a la riqueza del dueño.

 

Padre Rico, Padre Pobre

Esta situación es excelentemente detallada en el libro “Padre Rico, Padre Pobre” de Robert Kiyosaki.

En este libro, en parte autobiográfico, Kiyosaki habla de sus dos padres: su “padre pobre”, que era su padre biológico y que era profesor en Hawaii. Hombre con estudios y muy honesto, pero que le inculcó a sus hijos que la mayor aspiración era lograr un “buen empleo” en una buena empresa o institución.

Contrariamente, su “padre rico”, que era el padre de su mejor amigo y que era un exitoso empresario, le enseñó cosas como el aprendizaje autodidacta del mayor número de cosas útiles en un negocio o industria donde quieras prosperar, sin ahondar demasiado. Su padre pobre le enseñó a ser un “especialista”.

Cuando entras a trabajar a una empresa, tu trabajo, tu formación, la naturaleza de tu labor se dirige a un fin: crear riqueza para otra u otras personas.

Por ese motivo, la gran mayoría de los trabajadores se ven a sí mismos atrapados en trabajos sin motivación que no sea la monetaria, sin aspiraciones, atrapados por la rutina y, en última instancia, convertidos en individuos grises y resignados.

Y dejan de creer las cosas que creían de jóvenes: que son capaces de realizar las actividades que los llevarían a desarrollar su potencial y pasión.

No nos enseñan a manejar emociones

 

El sistema educativo tampoco enseña a manejar emociones. A gestionar frustraciones, a superar resentimientos (cuando un resentido accede al poder, se convierte en una calamidad) o a desarrollar resiliencia.

En suma, a reconocer, comprender y conducir nuestras emociones para hacerlas catalizadoras de cambios deseados en nuestra personalidad y no volverlas un obstáculo a nuestro desenvolvimiento y desarrollo interno.

Aquí es donde está la semilla de lo que se ha dado en llamar “Inteligencia Emocional”, que fue popularizada en el libro de Daniel GolemanLa Inteligencia Emocional” de 1995.

En este libro, Goleman discute como la Inteligencia Emocional, tan importante como el Índice de Inteligencia, nos permite reconocer no sólo nuestras emociones sino la de los demás, construyendo mejores relaciones sociales.

Las relaciones humanas son primordiales, y como se ha visto en estos tiempos para quienes aún podían tener alguna duda, la dinámica del mundo moderno nos lleva cada vez más a interactuar con personas de muy diferente background, cultura o creencias.

Conclusiones

 

Creemos que las nociones básicas para construir una empresa basada en los valores y la ética y que te permita vivir de tus verdaderas pasiones, es fundamental en el curriculum de enseñanza desde la primaria.

Desde hace unas pocas décadas los “nómadas digitales” y actualmente la pandemia, han demostrado, mejor dicho, ha reconfirmado, que una de las mayores tendencias hacia las que se mueve el mundo es constituir pequeños grupos o monoemprendedores que ofrecen sus servicios a audiencias internacionales a través del internet. Esto es el trabajo remoto.

Los sistemas educativos del mundo deben ponerse a tono con esa realidad, dándole a las futuras generaciones todas las herramientas, tanto en habilidad técnica, como emocional, como en valores de ética, que necesita un individuo para su plena realización en el siglo XXI.