En este tiempo de cuarentena una de las actividades que más hemos hecho mi hermana Yuliana y yo es la introspección.
Al final del día, hay un sentimiento que se nos ha hecho evidente en nuestras meditaciones: el agradecimiento.
Nos sentimos agradecidas por todo lo que ha sido nuestra vida. Los buenos y malos momentos han sido maestros en nuestra evolución como seres humanos.
Agradecemos que, aunque venimos de una familia donde el dinero no sobraba, hemos podido viajar a lugares maravillosos y hemos aprendido que para viajar no hace falta tanto dinero como deseos y coraje.
Agradecemos tener la familia que tenemos. Nuestros hermanos son muy unidos y los mayores siempre estuvieron cuidándonos desde el fallecimiento de nuestros padres.
Agradecemos vivir la vida que queremos. Nos encanta Canadá y nos acaba de salir la residencia.
Agradecemos que no nos falte nada material. Venimos de un país –Venezuela- que atraviesa una coyuntura trágica y sin embargo nosotras vivimos ahora en un país donde nunca falta nada. Vemos que los ciudadanos canadienses se quejan de las condiciones de su país, pero nosotras sólo sentimos agradecimiento.
Agradecemos poder expresarnos a través del arte: la danza, el teatro, el yoga. Eso trae alegría y significado a nuestras vidas y nos hace ser cada vez mejores personas.
Agradecemos conocer tanta gente maravillosa. En nuestros viajes, en el teatro, en la danza y hasta online conocemos gente de la cual aprendemos cosas importantes de la vida. Nos inspiran, nos motivan y nos hacen seguir adelante.
Agradecemos que nuestras experiencias de vida nos hayan conducido a valorar las cosas simples y sencillas de la vida: ir al cine, un paseo en bicicleta, una tarde de otoño o una buena taza de café.
Después de todo, la felicidad no es un estado constante e inmutable. Más bien es el encadenamiento de momentos felices, momentos que podemos multiplicar.
Pero no sólo los buenos momentos han dado aprendizajes. Quizá mayores enseñanzas nos han dado las tristezas y penas.
Cuando Yuliana y yo teníamos 7 años murió nuestra madre. La pérdida de la madre es algo devastador para todo niño. Luego, a nuestros 22 años, fallece nuestro padre.
En Venezuela adopté un gatito que me enseñó grandes lecciones de amor incondicional. A finales del año pasado enfermó y hubo que llevarlo al veterinario para hacerlo dormir definitivamente. Fue un golpe terrible, pero ese amor que me demostró en vida es algo que ha quedado en mí haciéndome crecer como ser humano.
Pero tales tragedias hicieron que nosotros (que somos 5 hermanos) nos uniéramos y cuidáramos los unos de los otros. Hoy en día, estamos desperdigados por el mundo. Aun así, estamos en constante contacto y siempre pendientes los uno de los otros. La distancia no ha enfriado nuestra relación. La ha fortalecido.
Un rompimiento amoroso es también doloroso. Terminé con mi pareja, y sí, dolió bastante… Pero también aprendí a valorarme mucho más a mí misma, a no depender emocionalmente de otros y a ser resiliente. Y siempre queda atesorar los buenos momentos vividos juntos. Después de todo, estamos hechos de experiencias.
Somos unas firmes creyentes de que el sentimiento de gratitud no sólo bendice, sino que atrae más motivos para estar agradecidos. Es como un estado de expectación permanente de que algo bueno va a llegar y estás tan seguro de ello que lo agradeces por adelantado.
Hace un tiempo, el gobierno de la República Popular de China hizo un estudio examinando a varias decenas de ancianos de más de 100 años.
Encontraron que habían vegetarianos, carnívoros, criados en el campo, en ciudades y dedicados a los más diversos oficios. Parecía que no tenían un patrón común.
Lo único en común que pudieron encontrar en todos fue ese estado constante de alegría, optimismo y agradecimiento por todo lo que había sido y seguía siendo su vida.
Para nosotras, ese es un ejemplo a seguir.